LA APISONADORA DIGITAL
Fernando de la Cueva
Profesor jubilado de Matemáticas de Secundaria y Bachillerato.
Coordinador del Taller de Talento Matemático.
Recientemente, más de 200 padres de un colegio madrileño han pedido el amparo del Defensor del Pueblo debido a la sustitución de los libros de texto en papel por tabletas. Esta decisión, promovida bajo la bandera de la “innovación educativa”, obliga a niños de 12 años a estar permanentemente conectados a internet, eliminando por completo el uso de libros de siempre en papel. Esta imposición plantea serias preocupaciones.
Una, la madurez y formación necesarias para que chicos y chicas trabajen responsablemente en internet no están garantizadas. ¿Podemos confiar en que todos se mantendrán enfocados y no se distraerán con redes sociales, videos u otros contenidos? La capacidad de concentración y atención se ve comprometida, sin mencionar el riesgo de acceso a contenidos inapropiados.
Dos, la supervisión en clase se complica. Un profesor con 30 alumnos con dispositivos electrónicos no puede controlar qué están haciendo uno a uno. Los sistemas de control parental no son infalibles y los jóvenes saben cómo sortearlos. La presencia de una tableta en lugar de un libro físico crea una barrera adicional para el control efectivo del aula.
Tres, el coste de las licencias digitales es otra preocupación significativa. Suelen caducar al año, lo que impide su reventa o compra de segunda mano, incrementando los costos para las familias. Además, si un alumno necesita repasar conceptos de años anteriores, no tendrá acceso a su libro digital caducado. Esto es especialmente problemático si debe recuperar una asignatura pendiente.
Cuatro, el uso de libros digitales también depende de una conexión a internet constante, lo cual no siempre es así. Un alumno en casa de sus abuelos o en un pueblo sin buena conexión se encontrará en problemas. Esta dependencia tecnológica puede resultar en una discriminación social, pues no todas las familias pueden permitirse dispositivos digitales y conexiones de internet estables y permanentes.
Cinco, desde un punto de vista pedagógico, los libros de papel permiten subrayar, anotar y modificar fácilmente. Estas acciones son esenciales para el aprendizaje activo, especialmente en materias como las matemáticas, donde anotar fórmulas y gráficos a mano es mucho más eficiente que en un formato digital.
Además, la presencia constante de calculadoras en dispositivos digitales puede impedir que los estudiantes dominen las operaciones básicas, como la suma, resta, multiplicación y división. Muchos alumnos de 12 a 14 años ya tienen dificultades con las tablas de multiplicar, y la dependencia de calculadoras solo empeora este problema. El papel permite mediciones físicas precisas con instrumentos como reglas y transportadores, algo imposible de replicar con exactitud en una pantalla táctil.
En conclusión, aunque la tecnología digital tiene un potencial enorme en la educación, su imposición indiscriminada es problemática. La combinación de métodos analógicos y digitales, a discreción del educador, es la mejor manera de aprovechar lo mejor de ambos mundos. Forzar el uso exclusivo de tabletas, sin considerar las múltiples desventajas, no es el camino adecuado. Dejemos que los educadores elijan las herramientas más apropiadas para sus alumnos y contextos específicos. He sido profesor de Matemáticas y puedo afirmar que, empleada a criterio del educador, la tecnología digital es un avance portentoso; una bendición. La imposición de la misma NO.